domingo, 21 de septiembre de 2014

Episodio V: ¡La Catarsis contraataca!


A estas alturas de la función puede que os sorprenda que en La Catarsis estemos publicando una entrada que no tenga relación con los  EMCs. Y, la verdad, ¡no os culpamos!

Pero como no podemos permitirnos el lujo de perder el tiempo en justificar nuestra ausencia (principalmente porque no tiene justificación), vamos a dar paso a las noticias de hoy:

¡HEMOS VUELTO!

Es obvio que estamos de vuelta (si no, no estaríais aquí leyéndonos), pero merece la pena hacer hincapié en ello porque es una cosa importante. Seguimos aquí, vivitos y coleando, dispersos a lo largo y ancho de la geografía española (¡cosas que pasan!), pero con los cerebros más podridos que nunca.

Después del verano la primera acción catártica que hemos llevado a cabo para aliviar nuestras conciencias ha sido enviar a todos los participantes de los EMCs sus Sir Mazapanes de Consolación para Torpes. De hecho, y contra todo pronóstico, parece que a algunos ya os han llegado vuestros premios. ¡Ya iba siendo hora de que empezáramos a cerrar el ciclo de los EMCs 2014!


Antes de seguir adelante tenemos que advertiros algo: esta entrada no es una nueva entrega del malogrado Psicoanálisis Estulto no apto para Muggles. No obstante, antes de que os echéis a llorar desconsoladamente deberíais saber que no nos hemos olvidado de dicha sección: todavía quedan cinco volúmenes de la misma por publicar y en algún momento volveremos a la carga con ellos.


Llegados a este punto la pregunta que estará rondando vuestras cabecitas será: “¿QUÉ DEMONIOS ES ESTA ENTRADA?” Pues bien, esta entrada es fruto del aburrimiento, como el 99% de las publicaciones de este santo blog.

Era ponerse a pegar tiros a una pared como Sherlock o escribir en La Catarsis...

Como bien sabéis, los redactores de La Catarsis Erasmista sentimos una profunda debilidad por el mundo del celuloide; qué mejor prueba de ello que nuestros Erasmos de Mazapán Catárticos. Sin embargo, los EMCs son una cosa puntual que sólo tiene lugar (¡gracias a Ningirsu!) una vez al año. ¿Qué pasa el resto del tiempo? ¿No vemos películas? ¡CLARO QUE VEMOS PELÍCULAS! Quizá no tantas como deberíamos (definitivamente no tantas como para poder llamarnos a nosotros mismos cinéfilos), pero empleamos una cantidad sustancial de nuestro tiempo en el visionado de filmes.

No sé al Exarca de Kyoto, pero a mí me faltan ganas, conocimientos y desparpajo como para inaugurar una sección de crítica cinematográfica en toda regla. Para eso ya tenéis blogs a cascoporro por los Interneses, además de revistas (más o menos) especializadas como Fofogramas y Cisnemanía, o la loable sección de críticas de Manzanas Azules.

A este blog le hace falta un añadido fílmico desenfadado y más recurrente que los EMCs. Una sección de cine donde hablemos de películas y series, actores, directores, productores (y demás! ♪ ) porque sí, porque nos da la gana. ¿Nos ha gustado una película? Hablamos de ella. ¿No nos ha gustado una película? HABLAMOS MUCHO DE ELLA. ¿No entendemos qué están haciendo directores de la talla de Martin Scorsese y Ridley Scott con sus vidas? LO DECIMOS MUY FUERTE.

No sonrías tanto, Scorsese, que contenta me tienes...

Creo, pues, necesaria la creación de un espacio pseudo-cinéfilo donde tengan cabida nuestras reflexiones y al que me ha costado bautizar. Lo primero que me vino a la mente fue Crónicas Murcianas (nunca sabré por qué). Pero descartada esta ocurrencia imprevista, teniendo en cuenta que el glorioso título Abortos de Mejillón ya está reservado para otra sección de este blog (a mí no me miréis, es cosa de la Beata Beatrix), y que carezco de morro suficiente como para llamarla Mierdosis (por mucho que me guste el nombre, no deja de ser una ocurrencia de los de Muchachada Nui), he acabado decantándome por…


(Conste que estuve a punto, ¡a puntito!, de llamarla Cinema Cocoliso, pero me parecía un título demasiado poco serio, incluso para tratarse de una sección de este blog…)

Quizá debería plantearme crear otra sección a la que llamar así...
porque me duele en el alma que esta imagen esté condenada al olvido.

Podría inaugurar esta sección con una entrada kilométrica dedicada a argumentar pormenorizadamente por qué no me gustó El lobo de Wall Street. O también podría escribir sobre lo muy decepcionada que me tienen individuos como Leonardo DiCaprio (desde El lobo de Wall Street), Russell Crowe (desde Los Miserables), Johnny Depp (desde Piratas del Caribe: El cofre del hombre muerto), Martin Scorsese (por El lobo de Wall Street), o Ridley Scott (por cosas como Prometheus y El consejero, y por querer rodar Blade Runner 2). O quizá podría explicar por qué hacer un remake de Ben-Hur, Lawrence de Arabia o West Side Story (CUIDADITO CON LO QUE HACES, SPIELBERG) me parecen pésimas ideas. A riesgo de poner en juego la poca salud mental que me queda podría también analizar una por una las claves del casposísimo éxito de películas de la talla de Kárate a muerte en Torremolinos o El ataque de los tomates asesinos. O, ¡o!, podría incluso daros 521 razones por las que una de las primeras lecciones que deberíais enseñar a vuestros hijos es que Indiana Jones es una trilogía.

Sin embargo, no acometeré ninguna de tales empresas (y eso que la de El lobo de Wall Street me tienta, pero sólo pensar que tendría que revisionarla para poder escribir sobre ella me revuelve el estómago): voy a inaugurar esta sección con la última película que me he sentido tentada de añadir a mi lista de favoritas en FilmAffinity (y no, no penséis que os voy a proporcionar el enlace a mis listas de FilmAffinity, porque si las consultaseis dejaríais inmediatamente de leer esta entrada).

Para contextualizar el asunto (“contextualizar”: algo que NO deberíais hacer a menos que seáis historiadores de algún tipo) diré que recientemente he llegado a la conclusión de que a lo largo de mi infancia he tenido una educación deficiente en materia cinéfila. Sí, puedo recitar del derecho y del revés la gran mayoría de películas Disney de los 90, tengo Space Jam y ¿Quién engañó a Roger Rabbit? grabadas a fuego en la retina escena por escena, todavía intercambio de manera aleatoria con mis compañeros de Bachillerato citas de Pequeños guerreros, Robin Williams (que en paz descanse) fue uno de los mayores héroes fílmicos de mi niñez gracias a, entre otras, Flubber, Señora Doubtfire y la todopoderosa Jumanji… ¡pero no me saquéis de ahí!

Siento una necesidad imperiosa de revisionar Jumanji ya desde hace tiempo.

¿Qué quiero decir? Por ejemplo, que no he visto La princesa prometida hasta los 21 años. NO HE VISTO LA PRINCESA PROMETIDA HASTA LOS 21 AÑOS. Que ya me daba hasta vergüenza ponerme a verla con estas edades. “¿¡Pero cómo no has visto La princesa prometida, si me la he tragado yo ocho millones de veces de pequeño!?” ¡NO LO SÉ! ¡Ni siquiera había oído hablar de ella hasta que entré en Tumblr!

Y eso no es lo peor: a día de hoy todavía no he visto ni Los Goonies, ni La historia interminable (aunque sí me he leído el libro, porque Michael Ende es mucho Michael Ende), ni Willow, ni Los gremlins, no tengo recuerdo alguno de Dragonheart (aunque mi madre está empeñada en que he tenido que verla alguna vez), etcétera, etcétera, ETCÉTERA.


Esto no puede ser, menos aún si tenemos en cuenta que mi misión principal en esta vida es la de pervertir a mis futuros sobrinos a base de ponerles películas infantiles en VHS a escondidas de mi hermano, creando así una especie de utopía cultural noventera en la que las pobres criaturas puedan crecer sanas y salvas. ¿Se puede saber qué utopía de chichinabo pretendo fabricarles faltándome como me faltan tantas obras maestras del cine infantil por ver? ¡Estoy abocada al fracaso!


El caso es que el otro día, a mis ya 22 primaveras, vi por primera vez Labyrinth (dir. Jim Henson, 1986), y qué queréis que os diga…


... sé que habría crecido más feliz si hubiera sabido de la existencia de este David Bowie cuando era niña. (De hecho, muy probablemente mi estilismo también se hubiese visto afectado gracias a él.)


¿Qué es Labyrinth? ¿Habéis visto Labyrinth? ¡Ved Labyrinth!


Labyrinth es una gozada. Cuando la ves ahora no puedes evitar ser consciente de lo cutres que resultan los efectos creados por ordenador, de que a las marionetas se les ven los palitroques que les mueven las manitas, de que muchos decorados son de glorioso cartón-piedra, y de que el playback de Bowie no puede ser más evidente, pero… ¿y qué? ¿Acaso soy la única nostálgica a la que le hacen los ojos chiribitas cuando se enfrenta al visionado de una película tan genuinamente ochentera?


Pero bueno, al grano: ¿de qué va Labyrinth? De una quinceañera que, un poco hasta las narices de hacer de canguro de su hermanastro, un bebé chillón insoportable, le pide al Rey de los Goblins (como si aquí le ruegas a Dios: es algo que se hace por costumbre, no porque creas que vaya a hacerte mucho caso) que se lleve al crío un rato, porque a ella ya le ha calentado demasiado la cabeza. Lo malo es que el Rey de los Goblins EXISTE (p-p-p-plot twist!), tiene cara de David Bowie, y atendiendo a la súplica de la muchacha encierra al crío en la Ciudad de los Goblin, situada en medio de un laberinto la leche de grande que está plagado de esbirros del Rey. Total que la quinceañera tendrá que buscarse las mañas para atravesar el laberinto en menos de 13 horas o si no su hermanastro será convertido en un goblin y a ella le caerá un castigo que la privará de postre hasta los 33 años.

"A Jack Torrance le gusta esto."

El primer borrador del guión de Labyrinth corrió a cargo de uno de nuestros ídolos catárticos por excelencia, Terry Jones (aka “la madre de Brian”), integrante de los Monty Python. Y aunque el resultado final es fruto de la colaboración de otros guionistas (entre ellos el amigo George Lucas), el espíritu pythoniano de Jones se deja sentir en la película, o al menos a mí así me lo parece, sobre todo por medio de las intervenciones de los personajes secundarios.


Sobran las palabras.

00:00 - 00:19. A la pobre pared de roca sólo le falta decir "But it's my only line!"

El argumento no es nada del otro jueves, como podréis comprobar, y canta a la legua que es una especie de refrito a medio camino entre Alicia en el País de las Maravillas y El mago de Oz con el que, como no podía ser de otro modo, se pretende promover el valor de la amistad y del trabajo en equipo. Aunque también hay quien cree que Labyrinth es una alegoría sobre el control mental y la pone en relación con los Illuminati… (¡este parece un trabajo para Robert Langdon!)

A Langdon ya le duele que siempre hagamos el mismo chiste sobre el tema.

Entonces, ¿qué es lo que hace de Labyrinth una película que me he sentido tentada de incluir entre mis favoritas?

1. Jennifer Connelly

¿Se puede ser más bonita que Jennifer Connelly de adolescente? Cuando ya creía que no podría enamorarme más de ella de lo que lo hice tras ver Érase una vez en América (PELICULÓN QUE TODOS DEBERÍAIS VER, así, como dato), llega Labyrinth y me rompe los esquemas. No porque Connelly brinde una interpretación digna de un Oscar de Hollywood ni mucho menos, sino porque, como ya he dicho, es bonita hasta decir basta, tiene unos ojos verdes que quitan el sentido y dan ganas de comérsela con patatuelas (siempre que no se pone repelente por exigencias del guión).


De la escena del baile (a la que pertenece este modelito) hablaré más adelante pero, por favor, ¡MIRAD QUÉ COSA MÁS PRECIOSA DE MUCHACHA!


Y en la primera escena tiene una pinta de Ofelia tan perfecta que dan ganas de ahogarla en un riachuelo para actualizar el famoso cuadro de Millais.



2. David Bowie

GOD BLESS DAVID BOWIE


Bowie siempre ha sido y será un pintas. Algunos (¿muchos?) de sus estilismos pueden tildarse, a todas luces, de horteradas caballunas (aunque no sé si nuestra experta en moda, la Beata Beatrix, compartirá mi opinión), pero parece que con los años se ha ido sosegando. El look de su Jareth, Rey de los Goblins, es harina de otro costal: cardado típico ochentero, maquillaje estrambótico, prendas de cuero, cuellos levantados, camisas de chorreras, mallas de huevera apretada, botas altas de tacón considerable… salvando las distancias, Jarteh podría haberse escapado de un videoclip ochentero de alguna banda de glam de la época.

Si a eso le añadimos que Bowie no deja de tener un algo a nivel físico que lo hace único (el detalle de las pupilas disparejas le añade por lo menos +10 de carisma), Jareth se convierte en un pseudo-villano mítico por derecho propio. Más aún con la voz (qué voz) y el acento puramente british que gasta Bowie, ¡para qué queremos más!

Y está todo tan sobreactuado… que al final el resultado acaba teniendo encanto.

Ya tengo disfraz para los próximos Carnavales.


3. Las marionetas y señores disfrazados

De entre los que destacan:

Hoggle.
Ludo (el bigardo de la derecha).
Sir Didymus.
Aunque que conste que hay muchos más.

Podéis decir (y con razón) que estoy “chapada a la antigua”, pero casi agradezco encontrarme con bichos fantásticos que no estén creados mediante CGI, ya sean marionetas, animatrónicos, señores metidos dentro de trajes rocambolescos.... Sí, lo de generar imágenes por ordenador es la panacea (y abre un mundo infinito de posibilidades en el cine, eso es innegable), pero también hay que admitir que últimamente estamos llegando a unos extremos en que en las películas se ven más nítidos los bichos creados por CGI que los propios actores, y a mí me parece que eso ya canta.

Vale, ahora puede que cuando veáis al Yoda de la trilogía original de Star Wars os dé la risa. Pero, ¿de verdad era necesario poner a Yoda en modo “mosca zumbona karateka” en la nueva trilogía? ¡Con lo bien que han envejecido, por ejemplo, los efectos especiales de Parque Jurásico, a sus 21 añitos! Casi me atrevo a asegurar que cuando estrenen Jurassic World el año que viene se les irá la mano con el CGI y será Chris Pratt quien parezca irreal comparado con los dinosaurios que traten de zampárselo.

A lo mejor es que he tragado demasiado Barrio Sésamo de pequeña, pero a mí lo de las marionetas y los señores disfrazados me inspira bastante ternura, por mucho que las pintas de algunos de los bichos los conviertan en firmes candidatos a protagonizar pesadillas de toda índole.

¿Os imagináis que a E. T. lo hubieran generado por ordenador? ¡SACRILEGIO!


4. Este diálogo:

Que no he dejado de repetir mentalmente desde que vi la película.

JARETH: You remind me of the babe…
GOBLIN: What babe?
J: Babe with the power!
G: What power?
J: Power of voodoo!
G: Who do?
J: You do!
G: Do what?
J: Remind me of the babe!

00:04 - 00:12

Y que además es un guiño a un diálogo entre Cary Grant y Shirley Temple en El solterón y la menor (1947).

01:53 - 02:01

Pero volviendo al numerito de Bowie, enlazamos con el siguiente punto…



5. Las canciones

En la tónica de colaboraciones como la de Ray Parker Jr. en Los cazafantasmas (1984), Queen en Los inmortales (1986), o Bryan Adams en Robin Hood: Príncipe de los Ladrones (1991), con respectivos videoclips en que músicos y actores compartían localizaciones o, en el caso de los segundos, incuso batallas entre espada y pie de micro, en Labyrinth los números musicales se ponen al servicio de David Bowie por completo. No le hace falta grabar videoclips aparte porque las propias escenas de la película pueden considerarse como tal.

Ya veíamos arriba el caso de Magic Dance, donde Bowie se marca un bailecito rodeado de 48 marionetas, 52 marionetistas y 8 personas disfrazadas de goblins. Ahí es nada. Y con miradas a cámara y todo. "PORQUE YO LO VALGO", que pensaría Bowie.

Junto con Magic Dance los dos números musicales más sobresalientes son As the World Falls Down y Within You.


No sé vosotros, pero yo en cuanto vi el ambiente general de este número esperaba ver aparecer en cualquier momento a los de Queen con las pintas del videoclip de It’s a Hard Life. ¡Ah, benditos años 80! Yo creo que desde que Mercury y Bowie grabaron juntos Under Pressure en el 81 debieron amigarse e intercambiar ideas acerca de modelitos y estética en general… ¡vaya dos!


Y luego tenemos el no va más, el cénit de la película, el punto álgido, ¡la catarsis de la guasca!: Within You.



Por si no me habían conquistado lo suficiente con el resto de la película, ya llegando al final me plantan un breve numerito musical que se desarrolla en un escenario sacado de Relatividad, la famosa litografía de M. C. Escher de 1953.


No sé qué me pasa con Escher. Tal vez vagar sin rumbo durante tres años por los pasillos del Conservatorio de Música de Getafe, de cuyas paredes colgaban (y espero que sigan colgando) multitud de reproducciones de las litografías del susodicho, hizo que acabara cogiéndole cariño a su particular universo de figuras imposibles. O quizá dedicarle demasiadas horas a construir una maqueta de Relatividad en cartón pluma con la paciente Irene terminó de establecer las bases de una sólida e imperecedera conexión espiritual entre el artista neerlandés y yo.

Los trabajos que hacíamos en 1º de carrera sí que molaban...

El caso es que ver a Jareth/David Bowie cantarle a Sarah/Jennifer Connelly en semejante emplazamiento  mientras hacía piruetas de escalera en escalera desafiando a las leyes de la gravedad revolvió algo muy dentro de mi ser. Ahí fue cuando supe que Labyrinth se había ganado el derecho a ocupar un puesto preeminente en mi Lista de películas para pervertir a mis sobrinos. ¡Y con razón!

NO ME CANSO DE VERLO.


Conclusión: pese a quien pese, me ha encantado Labyrinth. Me gustan su espíritu cien por cien ochentero, lo cutre que resulta en general vista desde una óptica actual, la imperante sobreactuación, lo mucho que chupa cámara David Bowie (porque él lo vale), lo entrañables/terroríficos que resultan sus monstruitos… ¡todo!

IN GEORGE LUCAS WE TRUST!
(¿Os he dicho ya que George Lucas es productor ejecutivo de la película? Eso lo explica todo...)

Lucas, Bowie y Jim Henson (el director de la película) satisfechos por el trabajo bien hecho.


Y hasta aquí mi humilde reflexión cinéfila que, como veis, no lleva a ninguna parte. Disculpadme mientras me pongo a reunir materiales para tratar de transformar el Renault Clio de mi madre en una máquina del tiempo (el presupuesto no me da para un DeLorean), y con un poco de suerte me voy a vivir la vida loca en los 80.

Pero antes lanzo una pregunta al aire:


¿Qué películas añadiríais a mi lista (o a la vuestra particular)
de Películas para pervertir a mis sobrinos?

¡Y no valen dibujos animados! Eso lo dejamos para otro día…


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