miércoles, 5 de noviembre de 2014

La Claqueta Metálica: Ridley Scott y yo hemos terminado



Ridley Scott y yo hemos terminado

No me preguntéis cómo llevo la ruptura porque la herida está todavía reciente, pero mi resolución es firme y no pienso echarme atrás: lo mío con Ridley Scott se ha acabado.

Ridley y yo siempre hemos tenido, desde el inicio de nuestra relación, ciertos roces. Pero como ocurre con todos los grandes genios, de vez en cuando hay que saber perdonarles sus delirios de grandeza y estar ahí para volver a ponerles los pies en el suelo cuando es necesario.

Ridley me conquistó, ¡y hasta qué punto!, con su magistral Alien (1979). Nada tengo que reprocharle por aquello, ya que gracias a ella me convertí de la noche a la mañana en ferviente admiradora de la teniente Ripley (de las pocas protagonistas dignas que una versión femenina de Los Mercenarios podría tener) y firme adepta a la religión de los xenomorfos, critaturitas bellas donde las haya a las que, como a toda divinidad que se precie, hay que amar y temer a partes iguales.

Mirad qué cosa más simpática de bicho.

Sin embargo, y pese a mis súplicas para que Ridley no abandonara la franquicia Alien antes de lo debido, acabó delegando la tarea en compañeros como James Cameron (que, para mi gusto, consiguió con Aliens (1986) desmentir aquello de “segundas partes nunca fueron buenas”), David Fincher y Jean-Pierre Jeunet. Craso error. Si con Alien3 (1992)  la cosa ya desvarió bastante –aunque afortunadamente el final de la película cerraba decentemente la trilogía dedicada al xenomorfo–, lo de Alien: Resurrection (1997) fue imperdonable. Más aún si pensamos que me gasté 11.95€ en hacerme con ella, desoyendo los consejos de entendidos en la materia, sólo porque “tenía que completar la colección”. Oídme, stultos: ES MALA CON GANAS.

En serio: ¿esto qué es? Menos mal que Jean-Pierre Jeunet se redimió de sus pecados cuatro años después con Amélie (2001), porque de no haberlo hecho creo que todavía estaría incluido en mi lista de personas non gratas dentro del mundo del celuloide.

De Blade Runner (1982) nunca supe bien qué pensar. A Harrison Ford hay que tenerle cariño por razones de peso que incluyen ser Han Solo e Indiana Jones, pero el único consuelo que encuentro cuando trato de justificar su papel en esta película es que quizá el personaje de Rick Deckard no necesitara más del gesto y medio que Ford emplea para darle vida. Aún así, la presencia de Rutger Hauer y de Vangelis a cargo de la banda sonora todo lo curan. Recomiendo, no obstante, hincarle el diente a la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick y tratar luego de entender qué le pasó a Ridley por la cabeza para que Blade Runner terminara siendo lo que es hoy.

Dios bendiga a Roy Batty en general, y a esta escena en particular.

No obstante, no puedo jactarme de haber estado siempre ahí para Ridley, así que de 1982 me veo obligada a saltarme una década de su filmografía, sintiéndolo mucho por Thelma & Louise (1991), hasta llegar a 1492, la conquista del paraíso (1992), película que no merece siquiera ser comprada por un mísero euro en los puestos correspondientes del Rastro donde, creedme, siempre os encontraréis con un mínimo de cinco o seis copias de la misma (por algo será).

Creo estar en lo cierto si digo que 1492, la conquista del paraíso supuso el principio del fin de mi relación con Ridley. Aquí ni Sigourney Weaver, ni siquiera Vangelis pudieron hacer algo para mejorar este estropicio. Terrorífico, abominable. ¿Por qué, Ridley, hiciste algo así? Quise pensar que hasta los más grandes flaquean de vez en cuando, así que achaqué 1492 a un bajón creativo y pasé página.

Os dejo con la banda sonora, que es lo único salvable.

La siguiente película con la que Ridley me sorprendió, y de qué manera, fue Gladiator (2000). Un Russell Crowe en estado de gracia, el inquietante pero magnético Joaquin Phoenix, mi bien amado Derek Jacobi paseándose por el Senado romano como Pedro por su casa, banda sonora de Hans Zimmer y, en general, muchos elementos que parecían pensados exclusivamente para hacerme feliz. “Ridley, has vuelto” pensé, esperanzada.

Pero igual que Russell Crowe, que después de Gladiator y la inmediatamente posterior Una mente maravillosa (2001) no volvió a levantar cabeza hasta día de hoy, Ridley tenía sus días contados.



En 2001 estrenaba Hannibal, no sé con qué intención. ¿Acaso esperaba, pobre inocente, no ya superar (hazaña imposible) sino igualar la perfección de El silencio de los corderos (1991)? ¿Tantos años en el mundo del cine no le habían enseñado que hay cosas que es mejor dejar tranquilas si uno no quiere que su reputación como cineasta se vaya al garete? Parece que no. Hannibal resulta, siendo benévolos, decepcionante. Sé que hay mucho fan de Juliane Moore suelto (yo también lo soy, aunque en menor medida, por lo que parece), pero para mí nunca habrá más Clarice Starling que Jodie Foster. Y me duele admitir que Hannibal me produce un sopor profundo cuando entre su reparto están no solo el gran Anthony Hopkins sino también mi querido Gary Oldman; pero nada, ni por esas. ¿En qué estabas pensando, Ridley…?

Ray Liotta es un tipo de gustos culinarios raros, raros.

Como me pasaba con Thelma & Louise, tampoco puedo hablar de su siguiente éxito, Black Hawk Down (2003), aunque creo recordar que las opiniones que he oído al respecto son bastante buenas. Paso, pues, a la siguiente obra de su filmografía: Kingdom of Heaven (2005).

(A Black Hawk Down le sigue Matchstick Men (2003), de la que no tengo noticia alguna. No obstante, y puesto que el protagonista no es otro que el malogrado Nicolas Cage, todavía y por fortuna luciendo sus entradas originales y no los implantes capilares de los últimos años, prefiero obviar su visionado, por cuestiones de salud.)

Lo más salvable de Kingdom of Heaven: Eva Green, que tiene un no-se-qué que la hace irresistible.

Nunca olvidaré a cierto profesor, erudito donde los haya en materia de cine, que al referirse a Kingdom of Heaven la calificó con el adjetivo “mala” un mínimo de veinticinco veces. Huelga decir que comparto su opinión, aunque he de admitir que en su momento vi la película gustosa por protagonizarla Orlando Bloom (a quien, en pleno auge de la trilogía de El Señor de los Anillos, yo tenía en cierta estima por aquello de que Légolas me hacía tilín… aunque todos sabemos que eso no duraría mucho, y que mis hormonas pronto me llevarían con mejor tiento por el camino de los montaraces churretosos). Tal vez lo de que la película se rodara en parte en el aragonés Castillo de Loarre debería apelar a mi compasión, pero mucho me temo que no es así.

“Querido Ridley”, le dije, “parece que con Gladiator te pitó la flauta de pura casualidad, porque si atendemos a los ejemplos de 1492 y Kingdom of Heaven me parece a mí, no sé, que el cine histórico no es lo tuyo”. Pero Ridley hizo oídos sordos a mis palabras y siguió recorriendo su particular camino hacia la más absoluta pérdida de credibilidad como cineasta.

A continuación vendría A Good Year (2006) que, por si no lo sabíais, fue producto de un último esfuerzo de Ridley por recuperar mi fe en él. ¿Por qué? Porque reunió en la pantalla a Russell Crowe (hacia quien yo todavía sentía cierto cariño, dado que para Los Miserables aún faltaba mucho) con uno de mis amores platónicos femeninos franceses (tengo varios, ya os contaré) por excelencia, Marion Cotillard. Lo hizo adrede, claro está, para intentar ganarse mi favor. ¡Pero no lo consiguió!

Y es que la película no es nada del otro mundo, aunque la ambientación en la Provenza francesa sea algo que siempre le alegra la vista al público. Pero con todo y eso, no le hace ni de lejos justicia a Ridley.

Ay Marion, Marion... ¿qué te pasó en The Dark Knight Rises, Marion?

Lo siguiente en su filmografía sería American Gangster (2007), película que todavía tengo pendiente. No obstante, y aquí confío ciegamente en el juicio emitido por El Exarca de Kyoto al respecto, merece la pena verla.

La que sí he visto, por suerte o por desgracia, es Body of Lies (2008), con nada más y nada menos que Leonardo DiCaprio y Russell Crowe en los roles protagonistas. Tuve suerte de ver esta película en su momento, porque si tuviera que visionarla hoy, después de El lobo de Wall Street y Los Miserables, probablemente me negaría a hacerlo (no puedo ver a ninguno de los dos actores ni en pintura). Aún así, Body of Lies pasó por mi vida sin pena ni gloria, aunque debo reseñar que me sirvió para ir cogiéndole cariño a Mark Strong (algo que he seguido haciendo a lo largo de los años).



Puede verse perfectamente cómo a estas alturas mi relación con Ridley Scott ya se encontraba bastante deteriorada. Pero lo peor estaba por venir. En 2010 tanto Ridley como yo pusimos todas nuestras esperanzas en Robin Hood. Yo, porque la historia del forajido inglés siempre me había llamado la atención; Ridley, porque todavía pretendía demostrarme su destreza en la creación de películas históricas.

¿Cuál fue el resultado? Aunque no fue del todo malo (¿qué queréis que yo le haga?, me combinan en una misma película el siglo XIII inglés, tiro con arco, musiquilla irlandesa que me trae recuerdos del Barry Lyndon de Kubrick, a un Alan A’Dayle que parece salido de un grupo heavy, paisajes verduscos, al ya mencionado Mark Strong, a Matthew Macfadyen y su portentosa voz, y a otra de mis grandes debilidades femeninas francesas como es Léa Seydoux… ¡no puedo resistirme!), tampoco fue bueno. No fue, como quizá algunos esperábamos, “el nuevo Gladiator” de Ridley Scott.

No creo que se recuerde al Robin Hood de Crowe por encima del de Kevin Costner. Y aunque así fuera, cosa que dudo, todavía tendría que medirse con Sean Connery y, desde luego, con Errol Flynn, cuyas mallas verdes tienen un poderío imbatible.

Aún así, mi Robin Hood preferido siempre ha sido y será éste.

Prometheus (2012) ya es harina de otro costal. Todavía conservo el cuaderno donde, al salir del cine, un amigo y yo tratamos de reconstruir el árbol genealógico del bicho que aparece al final de la película, sin éxito. Si Ridley pretendía que Prometheus se erigiera en digna sucesora de Alien, desde luego fracasó estrepitosamente. No sólo porque, lo siento, Noomi Rapace no le llegue ni a la suela del zapato a la teniente Ripley, ni porque cualquiera prefiera beberse de un trago el contenido de las famosas ánforas de la película a tener que vérselas cara a cara con un xenomorfo de los de toda la vida, sino porque la trama de Prometheus no hay por donde pillarla.

En verdad, en verdad os digo que lo mejor que ha dado Prometheus ha sido el artículo al respecto que publicaron en JotDown: Prometheus para dummies. Bueno, eso y las odiosas pero inevitables comparaciones entre los Ingenieros y Calamardo Tentáculos…



Y llegamos al plato fuerte: The Counselor (2013). Tener una puntuación de 5,4 en IMDb no es moco de pavo: indica que la película en cuestión es mala con ganas. Yo, por si os interesa saberlo, fui en extremo benévola y le puse un 2. Es la película a la que menos puntuación le he dado en toda mi vida cinéfila. ¡Incluso Ira de Tostones (Ira de Titanes, 2010) tiene un 3!

Además, y por si no os acordáis, The Counselor recibió una nominación al EMC 2014 a la Mejor Escena Sexual No Justificada, por aquella en la que Cameron Díaz aparece “follándose a un ferrari”. ¿Y qué habíamos dicho que era peor que tener muchas nominaciones a los EMCs? No tener ninguna.

Podría escribir una crítica feroz de The Counselor y no dejar títere con cabeza pero no lo haré, porque no merece la pena. Os doy simplemente un consejo: no la veáis. No malgastéis 117 minutos de vuestras vidas en ella, como hice yo por amor al arte.

Pues muy bien, Pe. Que te cunda.

Obviamente, después de The Counselor le retiré la palabra a Ridley durante un tiempo. Aquella crisis de pareja no presagiaba nada bueno. Pero todavía tenía fe en el Ridley de antaño, el Ridley que había llevado a la gran pantalla Alien. El espíritu de aquel Ridley todavía tenía que estar vivo, en alguna parte.

¡Ah, qué ilusa fui! Desde entonces Ridley no ha hecho más que anunciar proyectos que me han hecho llevarme las manos a la cabeza. El primero de ellos, cuyo estreno es inminente, es Exodus: Gods and Kings (2014). Os dejo aquí el tráiler y os animo a que hagáis memoria (sobre todo aquellos que pertenezcáis a mi generación) tratando de encontrarle un paralelo cinematográfico.



A lo mejor alguno se ha remontado hasta The Ten Commandments (1956) de Cecil B. DeMille, con Charlton Heston y su pelucón post-revelación en el Monte Sinaí, pero no me refería a ella. ¿A nadie le parece esto un vil refrito de The Prince of Egypt (1998)? Desde luego, la historia es la misma, y mientras que la segunda la desarrolla en unos digeribles 99 minutos, la primera lo hará en 142. Para más inri, la película de animación cuenta con una banda sonora del todopoderoso Hans Zimmer que fue nominada al Oscar en su momento, ¡y no me extraña!

Y si no, decidme una cosa: ¿qué queda más épico, el tráiler de The Prince of Egypt con la música de Exodus, o el tráiler de Exodus con la música de The Prince of Egypt? Creo que la respuesta está bastante clara…




Además, entre el tono 300 de la fotografía y los “impresionantes” planos aéreos creados con CGI, me parece a mí que Ridley no va a aportar nada nuevo al género. Llamadme rancia si queréis, pero es lo que hay.


Por si fuera poco, el proyecto estrella de Ridley Scott para un futuro no muy lejano es, agarraos a la silla, la secuela de Blade Runner. Bien, como ya os he dicho, me cuento entre los fans moderados de la película; no soy, ni mucho menos, de los que la defienden a capa y espada. Pero aún así la idea de rodar una secuela me parece un error como la copa de un pino. Y lo peor es que Harrison Ford parece estar entusiasmado con la idea. ¿Por qué? ¿Qué necesidad tenemos de ver a Harrison “Fósil” Ford otra vez como Rick Deckard?

Vale que al parecer existen tres novelas, secuelas oficiales y autorizadas por Philip K. Dick (recordemos, el escritor de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?) que fueron escritas por un colega suyo, K. W. Jeter, para continuar con el argumento tanto de la novela original como de la película. Por tanto, no puedo quejarme de que Ridley vaya a sacarse el guión de Blade Runner 2 la manga (aunque visto lo que hizo con la primera, tampoco sé qué pensar). El caso es que, a mi juicio, Blade Runner, como película de culto que es, merece ser dejada en paz.

Si no, Daryl Hannah se pone nerviosa.

¿Qué pretende Ridley resucitando la que muchos consideran como su obra maestra treinta años después, seguir viviendo de las rentas? ¿Qué espera hacer con un Harrison Ford que ya no está para muchos trotes? ¿Cree que puede convertir Blade Runner 2 en una nueva película de culto? Ridley, no. Desde luego que congregará a las masas en los cines, fans de todas las edades que irán a ver qué fue de Rick Deckard y los replicantes, qué de aquel misterioso unicornio de origami. Muchos irán (iremos, para qué engañarme) por comprobar si, años después, consiguen por fin despejar la incógnita que pesa sobre el personaje de Deckard: ¿replicante o humano?

Sin embargo me atrevo a profetizar, y ojalá me equivoque, que los amantes de Blade Runner quedarán divididos: algunos pocos, creo, elevarán a Ridley a la categoría de divinidad después de ver esta secuela, sinceramente maravillados por el poderío narrativo y el buen saber hacer cinematográfico del director; otros muchos quedarán decepcionados con la película, por no haber sido capaz de colmar sus expectativas; otros la venerarán engañándose a sí mismos, tratando de convencerse de que está a la altura de la original y reacios a afrontar la cruda realidad. Y también habrá un nutrido grupo de espectadores que, ajenos a lo que supuso Blade Runner en su momento, se enfrentarán a esta secuela como si se tratara de una película de ciencia ficción más, como tantas otras que se ven en las carteleras hoy día. Y quizá a alguno se le despierte la curiosidad por saber cuál es el origen de la misma, topándose así con el filme de 1982 y tachándolo, casi con toda seguridad, de tostón intragable.



Pero ni siquiera las noticias de Blade Runner 2 han sido las que me han movido a romper con Ridley. Lo que de verdad me ha hecho hervir la sangre ha sido saber que Ridley Scott va a producir una mini-serie que supone la secuela de 2001: A Space Odyssey (aquí la noticia en la web de Fofogramas).

Os resumo mi reacción:


A ver cómo os lo explico: 2001: A Space Odyssey (1961) es ABSOLUTAMENTE INTOCABLE. No sólo por ser una creación del genial Stanley Kubrick, a quien le profeso una admiración fuera de lo común, sino porque volvemos al caso de Blade Runner: es una obra maestra que se ha ganado con creces su lugar en el firmamento del Séptimo Arte y no debe ser profanada.

Y muchos diréis: “Pero mujer, no te alarmes, que Ridley Scott sólo va a ser el productor”. ¿Perdón? Está claro que quien va a partir el bacalao va a ser mi amigo Ridley, y a estas alturas no me fío un pelo de él. Además, ¿no os vale el ejemplo, por poner alguna otra serie, de Boardwalk Empire? El productor ejecutivo de la misma no es otro que Martin Scorsese, y se nota. ¿Pretendéis, pues, que la mano de Ridley Scott pase desapercibida en este proyecto? ¡Inocentes!

 La mini-serie, que al parecer llevará el título de 3001: The Final Odyssey, y que según dice IMDb verá la luz allá por 2017, adaptará el último libro de la tetralogía escrita por Arthur C. Clarke, cuya primera entrega tomó Kubrick como base para su película.

Así le daba yo en la cabeza a Ridley y compañía, por listos.

Obviamente aquí dudo que vayamos a encontrarnos con Keir Dullea retomando su papel, aunque lo mismo insertan digitalmente la cara del actor sobre el cuerpo sin vida del astronauta Frank Poole (a quien Dullea interpretaba en el filme de Kubrick), con el descubrimiento del cual se inicia este último capítulo de la saga.

Además, no es por juzgar antes de tiempo, pero… ¿de verdad pretenden poner al guionista de Piratas del Caribe (y, lo que es peor, también de la Australia de Baz Luhrmann) a escribir y producir la serie? ¿Ese pobre diablo va a tener que medirse con Kubrick y Arthur C. Clark? Le compadezco de veras.

¿Qué pensaría Kubrick de esta aventura que Ridley Scott se apresura a emprender? Ojalá lo supiera. Desde luego no creo que le pareciera viable desarrollar toda una mini-serie basándose en la premisa que le sirvió para dar forma a 2001: la de transmitir una determinada experiencia sensorial al espectador por medio de una conjunción entre imagen y sonido que sólo él era capaz de crear. Dudo que los valores estéticos que Kubrick tuvo presentes en la concepción de su película (y que constituyen la esencia misma de 2001: A Space Odyssey, así como la marca personal del director a lo largo de toda su filmografía) vayan a tener el más mínimo correlato en la mini-serie de Ridley, a la que le imagino unos intereses bastante distintos.

"Vengo del más allá a pararos los pies, ¡PEDAZO DE FULANOS!"

Y, como decía en el caso de Blade Runner 2, ¡ojalá en esto también me equivoque! Me encantaría tener que arrepentirme de mis palabras de aquí a tres años y poder dedicar una entrega de esta sección a alabar el criterio de Ridley Scott. Os prometo que, si llega el caso, me tragaré mi orgullo y le pediré a Ridley que volvamos.


Mientras tanto, ojalá HAL 9000 boicoteando toda tentativa de los creadores de la serie que suponga una falta de respeto a la memoria de Kubrick.



Ojalá un monolito recordándole continuamente a Ridley que le va a ser difícil salir airoso de esta empresa.



Ridley Scott… te vigilo.



NOTA: Sé que me he dejado más de una y más de dos películas de Ridley Scott en el tintero: The Duellists (1977), Legend (1985), Someone to Watch Over Me (1987), Black Rain (1989), White Squall (1996), y G. I. Jane (1997). Os ruego que me perdonéis, pero no he tenido el gusto (o el disgusto) de verlas, y tampoco cuento con ninguna opinión semi-fiable al respecto. Si habéis visto alguna de ellas, estaré encantada de leer cualquier cosa que queráis decir sobre las mismas en los comentarios de esta entrada.

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